Ya no era el mismo Wembley. Los años le habían pasado una mano de vejez y de nostalgias. Estaba penumbroso, menos poblado de marineros y de señores con smoking, pero seguía conservando el espíritu. González andaba por Europa, contando historias de su paso entre las mesas y ese mostrador y pensando que pronto cumpliría 90 años.
El hombre entró con una muchacha. Portales, el mozo, lo miró y pensó en donde había visto antes esa cara. Se sentaron en una mesa apartada y comenzaron a hablar en voz baja.
El la escuchaba atento y respondía en un italiano perfecto, clásico, que resonaba en el local vacío como en un perfecto teatro, Portales y el cajero estaban inmóviles. La muchacha debía tener unos 20 años – apoyaba el rostro en la mano y lo contemplaba arrobada. Finalmente le rogó: - Vittorio, un poco de Dante…
El sonrió benévolo y como si estuvieran solos, aparto la silla, se puso de pie, camino unos pasos y comenzó a recitar”Qui non si sogna per la selva oscura. / Qui non si canta al modo del poeta / che finge imaginando cose vane…”
Cuando terminó, a los diez minutos, la muchacha aplaudió con sus manos blanquísimas; Portales y el cajero le gritaron” ¡Bravo, bravo!” y él agradecio con una reverencia. Después, los dos se besaron cariñosamente (el cajero y Portales no) y salieron. Un coche enorme los esperaba en la vereda, donde los sillones de mimbre y las mesas eran fresco remansos bajo los árboles.
-¡Que bárbaro! – dijo Portales -: ¿como hubiéramos podido pagar una función así?” Gassman en el Wembley: único recital”.
El cajero arranco la hoja del almanaque: Septiembre 5, 1968. Y como era un amante del teatro, pero también era el cajero, dijo: “Podría haber consumido algo, además…”