Cuando lo vieron entrar, todos se miraron sorprendidos.
“Que buen mozo que es”, dijo una señora a su marido, que no dijo nada. A él también le pareció con una pinta bárbara, pero no quiso establecer comparaciones.
El se sentó con sus acompañantes, dos hombres y dos mujeres y casi enseguida pidieron la comida. “Traiga champán”, ordeno uno de los hombres. González, el mozo, seguía allí desde 1903. Trajo la botella, la carta y esperó impávido.
Comieron como corresponde, hablaron mucho, se rieron discretamente y por ultimo pidieron café. El Morocho, con el pelo impecablemente peinado a la gomina, no aguanto la tentación y pidió otra vez postre.
La gente seguía esperando, como si fuese a suceder algo esperado y maravilloso. Por fin, uno no aguantó y llamo al mozo. “¿ Por qué no le pide que se cante algo?”, dijo. González asintió en silencio (era muy discreto, casi mudo) y se acerco a la mesa.
- Don Carlos dijo, siempre parco…: Piden que cante.
El lo miro sorprendido, sonrió con una boca llena de dientes blanquísimos y negó con la cabeza.
“Perdoname, pibe – dijo -, pero tengo la zapan que no puedo ni hablar. Pero si querés, les dedico una foto”.
Sacó una foto del bolsillo del smoking, la firmó y se la entrego con sonrisa compinche. El mozo la atesoro contra el pecho y volvió a la otra mesa.
- Está totalmente afónico y les pide mil disculpas dijo..
Todos se volvieron hacia el Morocho, sonrieron comprensivos y lo saludaron inclinando las cabezas.
“Que buen mozo que es”, repitió la señora. Otra murmuró “¡Que candidato para la nena!”.
El mozo se había parado al lado del mostrador y repasaba las letras de la vidriera:
WEMBLEY, 1903, como si quisiera hacerlas mas doradas.